mio madre

Mio madre nun sabía idiomes pero yera tan mimosa... dicíame que con enfotu pues algamar cualquier cosa. Mio madre nun sabía idiomes pero falaba a les freses, facía ensalada rusa y mil tortielles franceses. Mio madre nun sabía idiomes pues pisó poques escueles, ¡y facía un caldu gallego y unes coles de Bruseles...! Mio madre nun sabía idiomes, yera una madre estupenda, facía arroz a la cubana con salsa a la boloñesa. ...Primeros versos del poemario Mio madre, de Aurelio González Ovies, editado por Pintar -Pintar, abril 2010 (Edición en asturiano)

domingo, 2 de junio de 2013

TARTA (FÁCIL) DE FRESAS Y YOGUR

Fresca y ligera.
Hoy os dejo una tarta muy fresca y fácil de preparar. Es el momento de sacar partido a las fresas, que están estupendas y además son sanas y poco calóricas. Podemos usar sacarina para hacerla aún más ligera y queda igual de buena. A ver si os gusta.

Un texto de A. G. Ovies, publicado en La Nueva España hace unos años:

LA ESTACIÓN DE LOS GITANOS




Los recuerdo como repartidores de primavera. Como parte de un mes muy antiguo, subiendo abril arriba con sus burros tristones, el carromato, el perro ya pelado y cachivaches de todos los colores y formas. Eran como un aviso del buen tiempo y averiguaban el agua para afincarse, al abrigo, casi siempre, de algún bardal frondoso o de una ruina.

                      

Los gitanos, cuyos nombres conocíamos de un año y otro año, no poseían nada y lo tenían todo, o casi todo, al menos así me lo parecía: aire, fuego, libertad, casta, familia. Yo los miraba desde casa y ardía por estar entre ellos, por caminar descalzo sin pincharme los pies, por no madrugar ni preocuparme de estudiar los fenómenos atmosféricos ni los puntos cardinales. Ellos sabían más que yo y que los del pueblo de las orientaciones, del nordeste y la lluvia, de las constelaciones y las tronadas. Y pensé toda la vida que no se morían nunca, que jamás les invadía ni el odio ni la tristeza.



Les seguía el rastro y, a escondidas, escuchaba la jerga con que hacían conjuros y marcaban sus rutas y funciones. A pedir por el pueblo salían las mujeres con los niños. A recoger chatarra, colchones y trocitos de cobre se dedicaban ellos, con traje y con chaleco y sombrero de fieltro. Todo les era útil y a mí me entusiasmaba observar cómo entraban tantas cosas en aquella carreta destartalada que servía de vehículo, de hogar, de techo, de alacena.



Ellas iban de puerta en puerta, con faldones muy amplios, varias chaquetas, un pañuelo en el cuello, con un cesto de mimbre y con la prole. Y hablaban mucho rato con las vecinas. Les venían muy bien patatas y cebollas, pan duro, aceite, azúcar. Todo hallaba cabida en aquella canasta de dos tapas en la que yo me moría de ansias por meter de lleno la cabeza. Y preguntaban a menudo si no había alguna gallina moribunda o recién enterrada. Y entonces escarbaban la tierra, la desenterraban y tiraban del ala y de las patas y marchaban contentas con la presa. Creí toda mi infancia que eran inmortales, porque comían erizos y carne sepultada y jamás enfermaban ni cogían pulmonías, a pesar de beber de los regatos y los charcos y dormir a la helada.

                     

A ellos les gustaban los muebles rotos, los aparatos estropeados, las chapas de la cocina, las piezas que sobraban de las obras, los rodamientos, el alambre, los manillares, las varillas de los paraguas, la masilla. Y medían la pureza de los fragmentos con un imán que yo anhelaba, que atraía arandelas, puntillas y tornillos; y andaban con navaja y con cayado. Y luego, con lo uno y con lo otro, construían artefactos rarísimos que, tal vez, no servían para nada, pero a mí se me antojaban inventos para detectar la dirección del viento o la altura del sol o la duración, a su manera, de los meses, que para ellos, como el lunes y el martes y las horas voraces y el calendario, carecían de apuros e importancia.



La ropa usada no les convencía. La cogían, con cierto recelo, la sacudían y la revisaban, como tanteando la talla y el estado, como examinando si eran trapos de muerto, malditos o contagiados; y se iban con ellos; pero a las prendas viejas no les mostraban aprecio. Aparecían siempre tirados más allá, en las cunetas, abrigos, camisas, zapatos y las patatas arrugadas.



Para la tarta, necesitamos:



Para el bizcocho:
  • 3 huevos
  • el peso de los huevos en azúcar
  • el peso de los huevos en harina
  • rallo de medio limón
  • un pellizco de sal
  • una cucharadita de levadura tipo Royal

Para la cobertura y decoración: 
  • 1 kilo de fresas maduras
  • 4 yogures de fresa o de sabor a fresa
  • 4 cucharadas de azúcar
  • una copa de ron
  • 6 hojas de gelatina
  • 1 litro de agua
  • una rama de canela
  • la piel de medio limón
  • 2 cucharadas de azúcar para poner sobre las fresas de la decoración
Elaboración:


Lavamos bien las fresas con agua fría, sin quitarles el tallo para que no les entre agua. Las limpiamos.  Escogemos las más apropiadas para la decoración , la mitad más o menos y el resto las ponemos con el agua, el azúcar, la piel de limón y la canela a cocer, hasta que queden blandas.  A media cocción ponemos la copa de ron. Separamos del fuego.
Colamos la pulpa cocida. Dejamos enfriar por separado, retirando la canela y el limón.
Forramos un molde desmontable de 22 centímetros y lo engrasamos. Preparamos el bizcocho batiendo los huevos con el azúcar y el rallo de limón y la sal, hasta que blanquee y nos quede espumoso. Añadimos poco a poco la harina tamizada con la levadura, en movimientos envolventes. Cocemos en horno precalentado a 160º, aproximadamente 20 minutos si es con aire.

Una vez cocido el bizcocho, le damos vuelta rápidamente sobre papel de horno, dejamos enfriar. Limpiamos bien  el molde y volvemos a poner el bizcocho,  Lo remojamos con el almíbar de la cocción de las fresas, templado,  menos un pocillo que reservamos para ablandar la gelatina.
Ponemos la gelatina en agua fría para hidratarla y la dejamos unos 10 minutos. Calentamos el almíbar reservado sin que llegue a hervir y ponemos la gelatina bien escurrida, batimos para que se deshaga bien. 
Mezclamos los yogures, la pulpa reservada de las fresas y la gelatina con el almíbar y batimos con batidora hasta que quede bien fino. Ponemos sobre el bizcocho remojado. Cortamos las fresas reservadas para la decoración y las cubrimos con azúcar. Colocamos en la nevera el conjunto.
Dejamos enfriar en la nevera, al menos 12 horas. Desmoldamos y decoramos a nuestro gusto.
Yo corté las fresas en tres trozosy decoré alrededor con las partes exteriores y por arriba, alternando.




Y queda una tarta ligera y muy sabrosa.
¡¡¡ Buen provecho!!!