Fresca y ligera. |
Un texto de A. G. Ovies, publicado en La Nueva España hace unos años:
LA ESTACIÓN DE LOS GITANOS
Los recuerdo como repartidores de primavera. Como parte de un mes muy antiguo, subiendo abril arriba con sus burros tristones, el carromato, el perro ya pelado y cachivaches de todos los colores y formas. Eran como un aviso del buen tiempo y averiguaban el agua para afincarse, al abrigo, casi siempre, de algún bardal frondoso o de una ruina.
Los gitanos, cuyos nombres conocíamos de un año y otro año, no poseían nada y lo tenían todo, o casi todo, al menos así me lo parecía: aire, fuego, libertad, casta, familia. Yo los miraba desde casa y ardía por estar entre ellos, por caminar descalzo sin pincharme los pies, por no madrugar ni preocuparme de estudiar los fenómenos atmosféricos ni los puntos cardinales. Ellos sabían más que yo y que los del pueblo de las orientaciones, del nordeste y la lluvia, de las constelaciones y las tronadas. Y pensé toda la vida que no se morían nunca, que jamás les invadía ni el odio ni la tristeza.
Les seguía el rastro y, a escondidas, escuchaba la jerga con que hacían conjuros y marcaban sus rutas y funciones. A pedir por el pueblo salían las mujeres con los niños. A recoger chatarra, colchones y trocitos de cobre se dedicaban ellos, con traje y con chaleco y sombrero de fieltro. Todo les era útil y a mí me entusiasmaba observar cómo entraban tantas cosas en aquella carreta destartalada que servía de vehículo, de hogar, de techo, de alacena.
Ellas iban de puerta en puerta, con faldones muy amplios, varias chaquetas, un pañuelo en el cuello, con un cesto de mimbre y con la prole. Y hablaban mucho rato con las vecinas. Les venían muy bien patatas y cebollas, pan duro, aceite, azúcar. Todo hallaba cabida en aquella canasta de dos tapas en la que yo me moría de ansias por meter de lleno la cabeza. Y preguntaban a menudo si no había alguna gallina moribunda o recién enterrada. Y entonces escarbaban la tierra, la desenterraban y tiraban del ala y de las patas y marchaban contentas con la presa. Creí toda mi infancia que eran inmortales, porque comían erizos y carne sepultada y jamás enfermaban ni cogían pulmonías, a pesar de beber de los regatos y los charcos y dormir a la helada.
A ellos les gustaban los muebles rotos, los aparatos estropeados, las chapas de la cocina, las piezas que sobraban de las obras, los rodamientos, el alambre, los manillares, las varillas de los paraguas, la masilla. Y medían la pureza de los fragmentos con un imán que yo anhelaba, que atraía arandelas, puntillas y tornillos; y andaban con navaja y con cayado. Y luego, con lo uno y con lo otro, construían artefactos rarísimos que, tal vez, no servían para nada, pero a mí se me antojaban inventos para detectar la dirección del viento o la altura del sol o la duración, a su manera, de los meses, que para ellos, como el lunes y el martes y las horas voraces y el calendario, carecían de apuros e importancia.
La ropa usada no les convencía. La cogían, con cierto recelo, la sacudían y la revisaban, como tanteando la talla y el estado, como examinando si eran trapos de muerto, malditos o contagiados; y se iban con ellos; pero a las prendas viejas no les mostraban aprecio. Aparecían siempre tirados más allá, en las cunetas, abrigos, camisas, zapatos y las patatas arrugadas.
Para la tarta, necesitamos:
Para el bizcocho:
- 3 huevos
- el peso de los huevos en azúcar
- el peso de los huevos en harina
- rallo de medio limón
- un pellizco de sal
- una cucharadita de levadura tipo Royal
Para la cobertura y decoración:
- 1 kilo de fresas maduras
- 4 yogures de fresa o de sabor a fresa
- 4 cucharadas de azúcar
- una copa de ron
- 6 hojas de gelatina
- 1 litro de agua
- una rama de canela
- la piel de medio limón
- 2 cucharadas de azúcar para poner sobre las fresas de la decoración
Colamos la pulpa cocida. Dejamos enfriar por separado, retirando la canela y el limón. |
Dejamos enfriar en la nevera, al menos 12 horas. Desmoldamos y decoramos a nuestro gusto. |
Yo corté las fresas en tres trozosy decoré alrededor con las partes exteriores y por arriba, alternando. |
Y queda una tarta ligera y muy sabrosa. |
¡¡¡ Buen provecho!!!