Hace unos días nuestra amiga Marita cumplió años. No podía faltar su tarta, de ninguna manera. Nos reunimos las amigas de siempre y pasamos una tarde de risas y complicidad. Bueno, en verdad, también de risas y ´farturas´: empanada de pulpo, bonito, carne. Jamón, queso, tortilla de patatas, bollines de crema, negrito, chocolate y la tarta que os dejo... Y lo mejor de todo, conversación, alegría y cariño.
Estos son los momentos que nos deja la vida para el recuerdo y que, por encima de todo, merecen la pena. Gracias, amiga, por hacerlos realidad. Sabes que te queremos.
La receta del bizcocho de chocolate es de mi amiga Anun, del curso de pastelería.
El corte del la tarta, en plena celebración. |
Marita |
UF
Detesto a cada instante los poses y las máscaras. Detesto los sofistas de por siempre
y a diario. Me cansan los discursos simulados e inanes ¡Cuánto nos cambia el tiempo!
Yo desprendía paciencia y gran capacidad de tolerar diatribas y simplezas, de
interpretar ambages, de disculpar corazas. ¿A qué se deberá esta retrocesión? ¿Será
cuestión de haberme callado de continuo; de reprimir las ganas escapar a menudo
de donde nada hacía? ¿De no haber dicho a tiempo lo que en verdad pensaba? ¡Cómo
nos desfiguran la ingratitud y el tedio! ¡Cómo nos traicionan los años y el descrédito
y la proximidad que no respeta límites y el trato interesado y la falsa distancia!
Ya no me satisface derrochar una tarde en cimentar proyectos que me suenen a
humo ni aceptar promesas que me huelan a agua. Ni cambiar mis propósitos por
citas infecundas. Ya no me dicen nada los seres que me obligan a querer con cadenas.
Ni tampoco los nombres que apenas te recuerdan, más que en aniversarios o en los
grandes eventos o en la necesidad o en el frío diciembre o en esas convenciones en
que te ves más solo que cuando te ves solo (pero estás en tu casa). Ni encontrarme
con egos que se aplauden y cuentan lo que han llegado a ser y lo que hubieran sido
y lo que el propio mundo no sería sin ellos. Y hablan y hablan y hablan.
No puedo con las prédicas ni los protagonismos. Ni con cínicos modos de proceder
a veces. Ni con sartas de excusas innecesarias. Ni con acusaciones sospechosas. Ni
con los que se tildan de sinceros. Ni con los que envenenan aquello que no atrapan.
Ni con los que se quejan de todo a todas horas. Ni con todos aquellos que no saben
estar a no ser si hay carnaza.
No soporto las masas ni las concentraciones. Ni pandillas frecuentes como en la
adolescencia. Ni esa contrariedad llamada envidia sana. No creo en los consorcios
que rotan con chantajes. Ni en cenáculos místicos. Ni en las celebraciones de los que
rezan juntos o coinciden los martes cuando sacan su perro. Ni en los
hermanamientos de mentira. Me quedo con los míos. Con los que no me exigen
porque no les exijo. Con los que me comprenden con un gesto tan solo. A los que yo
adivino con la simple mirada. Me quedo con los que abren sus brazos a mi paso. Con
los que son a mí como el amor al que ama.
© Aurelio González Ovies
La Nueva España, junio 2014