Delicioso y tradicional. |
Lo que desconozco es porqué se le llama `negrito´... Se hacía los domingos en muchas casas de nuestro concejo, nuestra amiga Nieves también lo preparaba a menudo y le quedaba de maravilla.
Hace años, la leche se vendía directamente desde las caserías De pequeños no conocimos la comercializada. Recuerdo la escena: nuestro tío Luís terminaba de catar (ordeñar) algunas vacas, salía de la cuadra con el cubo lleno a rebosar e iba rellenando las lecheras enormes en el pasillo. Tenían un colador arriba, para recoger las posibles impurezas. El preciado líquido blanco (oro en bruto, entonces) desprendía un vapor caliente que aún me parece oler ... Tiempos en blanco y negro...
(No probé a prepararlo con nata comprada, pero pienso que puede quedar delicioso también, aunque nunca suplirá el rico sabor de las natas frescas de las vacas gozoniegas).
Acompañé con unas peras al Pedro Ximenez.
A ver si os gusta, queda un pastel consistente. |
EN BLANCO Y NEGRO
Blanco y negro. Esos son los colores de mis primeros años, el tono de nuestro ayer. Todo lo que recuerdo carece de gamas alegres, por más que muchos fragmentos me reconforten y a menudo necesite descender hasta ellos para absorber su jugo agridulce. Porque el pasado es un buen veneno con el que edulcorar la toxicidad del tiempo presente. Grises, inevitablemente hemos crecido con el carácter de la ceniza, con la dermis del humo y la templanza de los meses de días cortos. Todo lo que evoco posee perfil de bruma, épocas de duelo, gesto de asfixia, tacto de penitencia:
Casas muy apretadas, para vivir apenas, con olor a vinagre y a pintura de polvos, a hollín y aceite viejo. Pasillos muy estrechos, con baldosas de franjas y exiguas geometrías. Cuartos donde morían los antepasados y donde permanecía para siempre la hipocondría del agua de azahar. Habitaciones con camas de madera y rosarios colgados y polilla en las vigas. Estancias en las que perfuman el carboncillo y los retales junto a la máquina de coser y el huérfano trinchero. Retretes desnudos y fríos, con el tufillo perdurable del musgo y el orín y un clavo del que cuelgan papeles de periódico y revistas.
Hombres enfundados que trepaban los postes de la luz, con garfios en los pies y cinchos de cuero, cuando íbamos camino de la escuela, indefensos y asustadizos, como hijos de una generación traumatizada con la derrota, los guardias civiles, la escarlatina, la tuberculosis, el fin del mundo y el futuro. Abuelas que nos cruzábamos, con pañoletas mustias y lecheras de porcelana blanca. Las mismas que al regreso, entre el viento, a lo lejos, encorvadas quitaban malezas con la azada.
Tendales con estacas torcidas y ropa moribunda batiendo a media tarde. Lavaderos con el agua parada y tablas con pastillas de jabón de sebo. Vacas tirando de los carros cargados de ballico. Boñigas en todos los caminos, buracas en todos los senderos. Atajos para todos los rumbos. Escombreras en cualquier recodo. Todo en nada. Alcantarillas que atravesábamos gateando por sus tubos. Paredones con cuellos y bocas de botellas y cachos de cristales puntiagudos.
Obreros que pasaban cansados, pedaleando en sus bicicletas con dínamo y bomba, y pinzas en los bajos de los pantalones. Obreros que, al anochecer, con la colilla entre los labios y la fiambrera en una bolsa se dirigían a sus cobijos. Obreros que paraban a tomar unas pintas en Casa Arcadio y a descargar pesares hasta perder el norte y retirarse hablando solos, riñendo con sus sombras y maldiciendo el aire.
Pescaderas ambulantes con calderos y pesa y helechos en los cestos donde brillan bocartes plateados y frescos. Amas de casa, amas de la vida, amas del amor y la intendencia, con las cargas de leña descañada y el brazado de berzas. Trabajadoras de la conservera de Luanco, con abrigos que atufan a bonito y caballa y manos milagrosas y dedos acribillados por las espinas, la hojalata y el sacrificio. Obreras de la luz del día, del pan y del calor de cada noche fría y en penuria. Obreras del todo y de la nada. Obreras, matriarcas que benditas sean por los hijos de los hijos y en los siglos de los siglos.
Chigres con almanaques de mujeres en cueros y vírgenes con lágrimas y muchas perlas. Mostradores de diminutos azulejos y bordes de madera quemados por los puros. Garrafones de anís y pellejos de vino junto a montones de cajas de galletas, latas de pimentón y sacos de garbanzos. Copas con una línea roja, muy delgada, hasta donde Isabel echa el coñac. Nada. Todo. Blanco y negro.
Para el negrito, necesitamos:
- una taza de natas frescas
- una taza de almendra molida
- una taza de azúcar
- una taza de galletas molidas
- 4 huevos
Para decorar:
- azúcar glas
- coco rallado
- colorante rojo líquido
Optativo, peras al vino P. X.
- 4 peras
- una taza de Pedro Ximenez
- 4 cucharadas de azúcar
Elaboración:
Las peras al vino, se preparan pelándolas en cuartos y se cuecen lentamente con el azúcar y el vino, hasta que éste, practicamente se reduzca.
Se mezclan bien todos los ingredientes o se baten. |
Decoré con coco al que le puse una gota de colorante rojo, mezclé bien dentro de una bolsa y dejé secar de un día para otro. Con ayuda de unos cortapastas y un palillo, lo distribuí por el pastel. |
Y nuestro pastel `en blanco y negro´, delicioso, aunque se debe comer poco, llena bastante. |
¡¡¡Buen provecho!!!