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Hoy se celebra en nuestra región el día de les `comadres´, esa fiesta que, en un principio, no quería más que otorgar a las mujeres, al menos por una tarde o una noche, los mismos privilegios de los que gozaban los hombres durante todo el año. Aprovecho la ocasión para publicar estes casadielles que tengo preparadas desde hace tiempo. La receta que me facilitó Bea, es de su padre que regentó varios años una panadería familiar. Como no me comentó si la terminación era al horno o fritas, las preparé de las dos maneras.
Es una masa estupenda, estira lo que queramos y no se rompe, pero es importante dejarla en reposo de un día para otro.
Espero que las disfrutéis, lo mismo que todas las mujeres asturianas esas reuniones gozosas. Que tengáis un feliz encuentro.
Muchas gracias a Bea y su familia, por la receta. |
Es una masa estupenda, estira lo que queramos y no se rompe, pero es importante dejarla en reposo de un día para otro.
Espero que las disfrutéis, lo mismo que todas las mujeres asturianas esas reuniones gozosas. Que tengáis un feliz encuentro.
CON MIS PROPIAS CADENAS
Con mis propias cadenas mallé la libertad. Siempre soñé acceder a sus
soberanías. La libertad es frágil y voluble. Rotunda y encendida. Como las
dolorosas amapolas que surgen de repente en un verso sonoro de Antonio
Gamoneda. Hay en la libertad tardes muy desoladas, con pinares ausentes y
cielos invernales. Y pájaros oscuros que gravitan y rondan la decepción antigua
del poeta. Es endeble y vidriosa. Como la decepción que tocó Gloría un día en
sus títeres de agua y en sus mundos de fieltro y en su piel de muchacha
afrutada y enferma.
La libertad que habito me aísla de los credos y las filantropías. Me libra de los
garfios y de algún que otro adeudo. Y me obliga a ocultarme de la realidad, me
somete a un estado de inquietud y belleza. Es parecida a un ático con la luz de
un domingo entre la brisa. Me recuerda al amor. A sus ojos inquietos. Libertad
joven, limpia. Semejante a su pelo y a su blusa en aquellas hermosas
primaveras. Es breve en ocasiones, caprichosa y tenaz, como ola de océano,
como Nervo y Sabines, como Rulfo de un faro, como nube en verano que veloz
cruza el mundo y anuncia una tormenta.
Y me tiende sus puentes hacia otros corazones. Hacia otros semejantes que
aman la independencia. Que no firman contratos ni tramitan usuras ni se
venden ni asienten ni se ensucian ni arriendan. Mi libertad me afloja las riendas
que no acepta, pero son necesarias para la forma humana. Y me asiste y está
siempre entera conmigo, por mucho que jamás se la advirtiera. Me permite
cruzar por la literatura y arribar en parajes que aún no están en libros.
Preguntarle a Cernuda qué sabe del olvido, cómo reconocerlo, desde dónde
hasta cuándo se extienden sus dominios, con qué voto ahuyentar su
inminencia.
Mi libertad es mía. Como la piel y el tacto y la mirada. Es una libertad
intercambiable, huraña. Me aleja de presbíteros y de los dictadores, sus
catervas y tretas. Me envejece y me amolda a su extraño carácter. Pero me
contamina con sus infinitudes de albedrío y firmeza. Me consiente sondear los
deseos imposibles, rechazar sus antojos. Saborear el pecado. Ausentarme y
seguir hacia mí mismo. Observar las medusas que surcan la Odisea. Abrazar el
suicidio de Goytisolo y Sylvia. Su eternidad bordeada de espliego y de
ciclámenes. Su pasión por la vida, su sed de inexistencia.
© Aurelio González Ovies
La Nueva España (19-2-2014)