mio madre

Mio madre nun sabía idiomes pero yera tan mimosa... dicíame que con enfotu pues algamar cualquier cosa. Mio madre nun sabía idiomes pero falaba a les freses, facía ensalada rusa y mil tortielles franceses. Mio madre nun sabía idiomes pues pisó poques escueles, ¡y facía un caldu gallego y unes coles de Bruseles...! Mio madre nun sabía idiomes, yera una madre estupenda, facía arroz a la cubana con salsa a la boloñesa. ...Primeros versos del poemario Mio madre, de Aurelio González Ovies, editado por Pintar -Pintar, abril 2010 (Edición en asturiano)

lunes, 21 de septiembre de 2015

COÑINOS, de Oviedo


Son del tamaño de una almendra grande.

Si, coñinos. Aunque suene raro. La primera vez que probé estas galletinas, hace ya un montón de años, fue en compañía de mi amiga Cris. Viajando desde Oviedo, me comentó que si quería un coñín, la miré con asombro y soltó una buena carcajada. Sacó una bolsina de cuarto de kilo y entre risa y risa, nos la zampamos en los cuarenta y cinco minutos de trayecto... Querida Cris, hace mucho que no te veo, pero estás en mi mente.

Cuentan que los orígenes de estas curiosas galletas se remontarían a la celebración de una reunión eucarística en la ciudad de Oviedo, allá por el año 1910, más o menos, y que su elaboración primera sería monacal. Dicen que querían hacer unas pastas originales y las hornearon en forma de diminutos panes con un corte longitudinal. Luego, con ese otro nombre más socarrón las bautizaron los propios asturianos, y popularmente así se siguen conociendo.

La receta es de la pastelería San Juan, de Oviedo, que hace unos años cerró, rescatada del libro Confiterías y Confiteros de Asturias.

Feliz día de San Mateo a todos.

Un texto de A. G. Ovies:


CARMINA BURANA. VERSIÓN ACTUALIZADA



(In taberna quando sumus...)

En la era en la que estamos/del guasap no nos soltamos,/desde que sale la luz/hasta que nos acostamos./Lo que sucede con el guasap/es digno de constatar./Más vale que no lo bajes...,/pero no te librarás./Unos están enganchados,/otros no hacen otra cosa./Jamás tuvieron los dedos/empresa tan afanosa./Unos dale que te pego/otros pego que te dale,/hay quien guasapea sin tildes/y hay quien no pone una hache./Nadie que no lo conozca,/nadie que no lo utilice;/unos gastan los pulgares/y otros apuran los índices./Guasapea el sabio,/guasapea el arpista,/y el indio y el payo/ y el zen y el callista./Guasapeamos todos/como unos posesos,/en el ascensor,/en actos y en plenos.
Uno, bien por la mañana/dos mientras desayunamos/el tercero para Pili/y el cuarto para el hermano./El quinto al colar la leche,/con el zumo sale el sexto,/en el séptimo va un vídeo/ y en el octavo cien besos./En el noveno una rosa/y en el décimo una escucha./Unos cuarenta guasaps/antes de entrar en la ducha./Tres para unos compañeros,/dos para saber si llueve,/media docena a un colega/y otra media para el jefe./Dos corazones a Luci,/a José tres con el mono,/y a mamá caras redondas/con el amor en los ojos.
Guasapea el ciclista,/guasapea el viandante/guasapea el torero/y el exnavegante./Guasapea Rita,/guasapea Pedro/y el que espera el bus/y el que saca el perro./Guasapea el guardia/y el camionero,/guasapea el cliente/con el camarero./ Guasapea el ministro/con las alcaldesas/y guasapea el príncipe con Mingo y Teresa./Guasapea este,/guasapea aquel,/guasapea el soldado/con el coronel./Guasapea el viudo,/guasapea mi tía,/guasapea el cura/en la eucaristía./Guasapea el alto,/guasapea el bajo,/guasapean los jóvenes/y los centenarios./Guasapea Lola,/guasapea Senén/y el que compra el pan/y el que va en el tren.
Guasapea él,/guasapea ella,/guasapea el motero/que nos atropella./Guasapea el maestro/y los parvulitos,/y hasta Blancanieves/con sus enanitos./Guasapea el que corre/guasapea el que reza/y el que lleva prisa/ y el que va, y tropieza./Guasapea el infante/y hasta la nodriza;/guasapea el piloto/mientras aterriza./Guasapea la abuela/con todos sus nietos,/guasapea el barbero/cuando corta el pelo./Guasapean de día,/guaspean de noche,/el que barre aceras,/la del carricoche./Guasapea Olegario,/guasapea Efrén/y la bailarina/y el que sube al tren.
Guasapean decenas,/guasapean millones,/guasapean los reyes/y los polizones./Guasapea el filósofo/y guasapea el vago,/las brujas, las hadas/y el duende y el mago./Guasapean en London/y guasapean en Collanzo/y guasapea Mercedes/mientras cuecen los garbanzos./Guasapean los mimos/ y la dependientas/y los ingenieros y las enfermeras./Guasapea el retrógrado/y el iconoclasta,/guasapea el calvo/y el que lleva rastas./Guasapean los laicos,/guasapean civiles,/guasapean cientos,/guasapean miles./ Nadie se mira ni abraza,/pues todos guasapeamos,/unos lo hacen a escondidas/y otros lo hacen a dos manos./Para tanto guasapeo,/todo teléfono es poco;/y hasta sobran las palabras,/¡vivan los emoticonos!/(Quién nos diría hace nada/cuando ni móvil había/que no podríamos ni comer/sin su amable compañía./).
(Aurelio González Ovies. LNE. Septiembre, 2015)

lunes, 7 de septiembre de 2015

TARTA TIPO CASADIELLA CON COMPOTA DE MANZANA



Hoy os sugiero una tarta muy asturiana, pues está elaborada con los ingredientes de las casadiellas típicas de nuestra tierra. Como cada 8 de septiembre, la Santina nos llena de asturianía y nos bendice desde su santuario.
A ver si os gusta y que seáis muy felices, ahora y siempre.



Un texto de A. G. Ovies

TODO ATRÁS

Aurelio González Ovies
Marchar, sin saber el color verdadero de los ojos de Dios, sin haber comprendido la rutina del sol ni por qué se suceden sin fin las estaciones. Sin advertir qué anhela la sed del oleaje o por quién llora el sauce, por quién se enerva el fuego. Marchar sin discernir quiénes somos realmente, quién nos ha convocado. Sin apenas un día dedicado a escapar de la costumbre ni haber sabido asir del peso del silencio. 

Irse sin decidir la hora de partida ni conocer el sesgo del camino. Sin haber indagado el verdor de los campos o la noble apariencia del paisaje y la nieve. O el cuándo de la lluvia. O el porqué de la hermosa presencia de los fresnos. Sin tan siquiera haber interpretado bien la timidez del cardo y del erizo. Ni haber erradicado la amenaza y el miedo.

Irse sin haber encontrado la respuesta certera a tantas cosas: ¿quién diseña los pájaros, quién descorre el cerrojo de la mansión que ocupa la galerna? ¿Por qué llaman futuro a tan gran retroceso? ¿A quién le deberemos el dulzor de los frutos y la fresca estructura de la brisa? ¿A quién la imaginaria estría del horizonte? ¿A quién el contenido de los gestos? ¿De quién es nuestro envés incognoscible? ¿De quién la oscura culpa que a veces nos anega? ¿Por qué se hace tan arduo e imposible llegar a ser sencillo como un pétalo?

Separarse, quizá, sin ocasión alguna de estrechar un abrazo y encontrar la manera de mirarse a la cara y agradecer la inmensa compañía y el amor tan honesto. Sin haber reparado decepciones y angustias ni desandado historias que hubieran merecido un desenlace mucho más intenso. Sin ni siquiera haber cerrado nuestras puertas ni agotado el cariño ni puesto a buen recaudo sensaciones, principios y recuerdos.

Dejar atrás la tarde, sin haber descifrado la verdad de su luz ni respetar a fondo las alianzas humanas ni haber asimilado la menta del dolor. Alejarse del vasto esplendor del verano y no poder tumbarse jamás en sus orillas. Desprenderse de todo aquello que es memoria intransferible, intimidad que cerca nuestro propio universo.

Partir tras haberse incendiado de amor algunas noches y haberse concebido, por un instante, eterno. Y sin haber vencido la avaricia, el orgullo, la envidia, la saña y el desprecio. Sin haber superado el salvaje complejo de matar por matar al semejante. Sin llevar con nosotros, como esperanza mínima, las señas de los muertos.

viernes, 4 de septiembre de 2015

TORRIJAS A LA PLANCHA, muy fácil


Otra llambionada: en esta ocasión unas torrijas, muy fáciles y rápidas, con ese pan que se nos quedó un poco duro, para no desperdiciar nada, que los tiempos no están para derrochar.
Esta receta va dedicada, especialmente, a las mujeres que día a día trabajan silenciosamente en todas las caserías, cuidando a la familia, atendiendo el ganado y cuidando la huerta. Va por vosotras. Ahora y siempre.




Pacita Vicente, amante de la cocina y las labores.
Un texto de A. G. Ovies.
DE PRESAGIOS Y MIEDOS

Aurelio González Ovies

El mundo podía acabarse casi todos los días, a cada paso dado, por cualquier contratiempo. Si la mar levantaba las crestas de su cólera y las olas llegaban al borde de la tierra. Si el temporal rugía como un monstruo terrible y doblaba los árboles hasta barrer el suelo. Si la ira de la noche golpeaba los portones y rompía cristales y derribaba vigas y levantaba tejas. Si estallaba en los truenos la furia de los dioses y los rayos prendían el cielo con su brillo. Si caían, fugaces, demasiadas estrellas, si cruzaban aviones y dividían el cielo con su estela de gas, el mundo estaba a punto de terminar su ciclo, de destruir sus ámbitos, de aniquilar su esfera.

En todos los vestigios sospechaban las fauces de la muerte: en el perro que aullaba y enlutaba el augurio. En el búho agorero que ululaba y traía una agonía certera. En el cuervo sombrío que graznaba en la tarde y predecía un entierro. En los falsos avisos y en la luz repentina que inflamaba las cuadras. Todos eran presencia ineludible: la nube portentosa que barruntaba ruina; el eclipse del sol que suponía catástrofe. Y el velo que vestían las mariposas negras. Todos eran legado de infortunio y desdicha: la pega perniciosa que chirriaba y preveía enfermedad y lloros, el resplandor extraño que alumbraba en el fondo de un pantano y el campanario hundido que tañía a destiempo a los desamparados de su aldea; el espectro que a veces dormía en los desvanes, la vela decaída que ahumaba y crepitaba, el sueño que soñabas con sangre y dientes rotos. Todos eran noticia de tragedia.

Todos eran heraldos del demonio y sus ámbitos: los caballos albinos que aparecían de pronto en una carretera, la estantigua que huía, andrajosa, en silencio, la persona deforme que miraba torcido, el can del camposanto que se había escapado y se ponía a la entrada como algo nunca visto que arrastraba cadenas, el nogal peligroso que atraía los males, la casa endemoniada en la que nadie entraba desde años atrás, la mujer sola y áspera que curaba el amor y repetía conjuros y maldecía retratos y engendraba epidemias.

Todos eran (son) seña de un final tétrico y funesto: la rara gallina que canta imitando el canto del gallo, el becerro horrendo que nace sin piel y cuatro cabezas, el gato, el granizo, el lagarto, el hombre, el buen clima, el cálido, el calor de enero, el verdor de octubre o la opacidad de la primavera…