|
Acompañamos de unos tortos de bolla escaldada frita y cocida. |
Hoy os dejo una tortilla de las fáciles, como pocas. El inconveniente puede ser el vaciado de los oricios, pero si os da pereza, con caviar de oricios también queda bastante rica, aunque el sabor a mar que se consigue con los frescos es imposible lograrlo con el caviar. Merece la pena manchar un poco las manos y disfrutar de la mar en la boca.
Acompaño con unos trozos de
bolla escaldada con cebolla, en dos versiones, tortos y cocida. Nuestra madre siempre nos la hacía en el horno y dejaba un poco de la masa para freírla en la sartén con muy poco aceite. La dejaba bien `churruscadina´ y nos la rifábamos. Ella hacía una grande, del tamaño de la base de la sartén. Yo preparé varias, más pequeñas. (La tengo publicada hace años
aquí). Heredó la receta de sus tías, ellas a su vez de su madre y por eso, es una receta de las de toda la vida, al menos en nuestra familia.
En mi próxima publicación, mostraré fotografías de
Festival del Oricio de este año, que resultó genial, gracias al numeroso público visitante y al buen hacer de los vecinos que colaboraron para que así fuera .
Siempre que mi hermano nos trae oricios, me viene el recuerdo de nuestra tía
Nieves, tatá, como la llamábamos. Le gustaba tanto ir a cogerlos como después comerlos... No, más bien, disfrutaba viendo lo que nos prestaban a los demás. Era conocedora de todos los 'pedreos' de la zona y sabía dónde encontrar los `más dulces´. Siempre venía con la cesta cargada hasta los bordes y repartía: unos para casa de nuestros güelos y otros para nosotros. Ella ya no los comía en casa, prefería partir unos cuantos en el comienzo de la subida de la `riba´ donde los cogía, sentada con sus compañeras, compartiendo unos trozos de pan y bebiendo de ellos la misma mar en cada bocado...
Clarina, Mari Sol, Reme, Marcela, Visita... Muchos nombres van unidos a las aventuras de cada ida a por `
aleznes´, que es así como los denominaba. Trabajaban duro, pero también lo pasaban bien, pues nuestra tía nos contaba con añoranza todas las andanzas, cuando, de mayor, ya no podía ir a la marea y en su cara reflejaba la desilusión. Vayan por ti, `tatá´. Con lo que te gustaba la bolla, seguro que la disfrutarás desde algún rincón.
|
Tatá. |
Os dejo un texto de
A. G. Ovies, publicado en
La Nueva España.
DE
LO QUE ECHO DE MENOS
|
La tormenta de estos días pasados, en el Cabo. |
La
vida verdadera, la vida que vivía, con las tardes sin prisas y el manzano
florido en medio de la huerta. Las mañanas de marzo, con la mar muy tranquila y
la bruma marchando despaciosa hacia el norte. El furgón del lechero, madrugador
y alegre, que nos saluda a todos camino de la escuela. La voz del panadero, que
grita desde lejos pan caliente y borona. Los cantos en las cuadras, con la luz
encendida, mientras limpian las vacas y les dan alimento y las ordeñan. El olor
a cocido que todos los hogares desprenden muy temprano. El solo afilador, que afila los cuchillos y
remacha sartenes y arregla las cazuelas. Los prados habitados, en cualquier
estación. Las sílabas del aire por entre la cintura de la hierba.
Ilusiones
sencillas, esperanzas pequeñas, días iluminados por la luz de algún sueño que
no se cumplirá, mas nos tiene despiertos. Atardeceres hondos y madres que nos
llaman y fragancia de higueras. Marineros que llegan con las cestas repletas de
refulgentes peces sobre camas de helecho. Obreros que circulan en bici con
dinamo y gesto de cansancio y pinzas de la ropa en las perneras. El bullicio en
los chigres, sus mostradores largos, donde se habla de todo, aunque nada se
diga. La noche y su cobijo, la grata compañía de los seres queridos y la
sabrosa cena.
La
quietud del presente, su extensión perdurable, el futuro que apenas se concibe
ni inquieta. Hortalizas robustas, frutas deliciosísimas que penden de las
ramas, rocío en su volumen. Labradores serenos con manos como azadas y piel
como paciencia. Ganado manso y lento. Pueblos con casas llenas. Aldeas
revividas, paredones y fincas. Paredes encaladas. Caminos con destino. Niños
cuyo alboroto despierta a las estrellas.
Echo
de menos todo. Como un hombre que añora lo que pierde. Como un hombre que busca
lo que falta. Como un perseguidor de las ausencias. Echo de menos luz. La
claridad con la que despertaba. La candidez con la que amanecía. El sentimiento
con el que me adormecía. Echo de menos el grillo y la luciérnaga. La mansedumbre
de los animales. El autobús de línea y la belleza. Echo de menos paz, verdad y
amor. Una verdad que aún no sea mentira. Echo de menos sed (y no me falta el
agua). Huir de la costumbre. Salir de los patrones. Echo de menos un abrazo
entero. Y una palabra hermosa cada día. Sentir. Sentir un corazón. Sentir a
Dios, de nuevo y para siempre, en la naturaleza.