Otra llambionada: en esta ocasión unas torrijas, muy fáciles y rápidas, con ese pan que se nos quedó un poco duro, para no desperdiciar nada, que los tiempos no están para derrochar.
Esta receta va dedicada, especialmente, a las mujeres que día a día trabajan silenciosamente en todas las caserías, cuidando a la familia, atendiendo el ganado y cuidando la huerta. Va por vosotras. Ahora y siempre.
Pacita Vicente, amante de la cocina y las labores. |
DE PRESAGIOS Y MIEDOS
Aurelio González Ovies
El mundo podía acabarse casi todos los días, a cada paso dado, por
cualquier contratiempo. Si la mar levantaba las crestas de su cólera y las olas
llegaban al borde de la tierra. Si el temporal rugía como un monstruo terrible
y doblaba los árboles hasta barrer el suelo. Si la ira de la noche golpeaba los
portones y rompía cristales y derribaba vigas y levantaba tejas. Si estallaba
en los truenos la furia de los dioses y los rayos prendían el cielo con su
brillo. Si caían, fugaces, demasiadas estrellas, si cruzaban aviones y dividían
el cielo con su estela de gas, el mundo estaba a punto de terminar su ciclo, de
destruir sus ámbitos, de aniquilar su esfera.
En todos los vestigios sospechaban las fauces de la muerte: en el
perro que aullaba y enlutaba el augurio. En el búho agorero que ululaba y traía
una agonía certera. En el cuervo sombrío que graznaba en la tarde y predecía un
entierro. En los falsos avisos y en la luz repentina que inflamaba las cuadras.
Todos eran presencia ineludible: la nube portentosa que barruntaba ruina; el
eclipse del sol que suponía catástrofe. Y el velo que vestían las mariposas
negras. Todos eran legado de infortunio y desdicha: la pega perniciosa que
chirriaba y preveía enfermedad y lloros, el resplandor extraño que alumbraba en
el fondo de un pantano y el campanario hundido que tañía a destiempo a los
desamparados de su aldea; el espectro que a veces dormía en los desvanes, la
vela decaída que ahumaba y crepitaba, el sueño que soñabas con sangre y dientes
rotos. Todos eran noticia de tragedia.
Todos eran heraldos del demonio y sus ámbitos: los caballos
albinos que aparecían de pronto en una carretera, la estantigua que huía,
andrajosa, en silencio, la persona deforme que miraba torcido, el can del
camposanto que se había escapado y se ponía a la entrada como algo nunca visto
que arrastraba cadenas, el nogal peligroso que atraía los males, la casa
endemoniada en la que nadie entraba desde años atrás, la mujer sola y áspera
que curaba el amor y repetía conjuros y maldecía retratos y engendraba
epidemias.
Todos eran (son) seña de un final tétrico y funesto: la rara
gallina que canta imitando el canto del gallo, el becerro horrendo que nace sin
piel y cuatro cabezas, el gato, el granizo, el lagarto, el hombre, el buen
clima, el cálido, el calor de enero, el verdor de octubre o la opacidad de la
primavera…
Para las torrijas, necesitamos:
Para las torrijas, necesitamos:
- 1 barra de pan del día anterior
- 1 litro de leche
- 1 palo de canela
- la piel, sin lo blanco, de 1 limón
- 220 gramos de azúcar y un poco más para espolvorear
- un chorrín de anís
- 4 huevos
- canela, al gusto
NOTA: preparar la leche para remojar con unas cuantas horas de antelación.
ELABORACIÓN
Y ya están listas para servir, en caliente o frías. ¡¡¡Espero que vos gusten!!! |