mio madre

Mio madre nun sabía idiomes pero yera tan mimosa... dicíame que con enfotu pues algamar cualquier cosa. Mio madre nun sabía idiomes pero falaba a les freses, facía ensalada rusa y mil tortielles franceses. Mio madre nun sabía idiomes pues pisó poques escueles, ¡y facía un caldu gallego y unes coles de Bruseles...! Mio madre nun sabía idiomes, yera una madre estupenda, facía arroz a la cubana con salsa a la boloñesa. ...Primeros versos del poemario Mio madre, de Aurelio González Ovies, editado por Pintar -Pintar, abril 2010 (Edición en asturiano)

domingo, 30 de junio de 2013

FÁCIL:GALLETAS DE LIMÓN, sin huevo ni grasas, de Cándido

Unas curiosas galletas.
Esta receta es de un libro de hace años y del que saco mucho provecho: La cocina Española.  El libro de oro de la gastronomía, de Cándido, Mesonero Mayor de Castilla, 1ª edición del año 1970.
Aunque las denomina galletas, son una especie de bizcochinos con  sabor y textura auténtica. No llevan ni huevo, ni mantequilla o aceite y son muy fáciles de hacer, se cuecen y enfrían  rápido. Recomienda espolvorear con azúcar glas si se comen calientes.
Animaos a prepararlas que están muy ricas.
Se parecen a los bizcochos de soletilla. 
Un texto de A. G. Ovies, publicado en La Nueva España:


Las flores de la amistad:  brotan cada verano, llenan el jardín de color.
POR SI ACASO

Por si acaso morías de esto o de aquello, se vivía en un sin vivir. Por si acaso cogías piojos o liendres, te bañaban en zeta-zeta. Por si acaso el frío, por si los sabañones y las boqueras, te embutían en aquellos marianos que picaban a rabiar, en la camiseta de felpa, una capa encima de la otra, dos pares de calcetines, el pasamontañas, el abrigo y la bufanda o papeles de periódico entre prendas y pelleja. Por si aquello.
Por si lo otro, había que llevar siempre una muda limpia, decente, aunque por fuera los pantalones no se vieran muy nuevos, aunque por la puntera de los chanclos o las zapatillas te saliera el dedo gordo, aunque las rodilleras y las coderas se vieran un poco gastadas. Pero la muda…, por si acaso te embestía un coche, por si acaso te daba un mareo, por si por cualquier cosa o cualquier caso, por si no te bañaras: la muda limpia, tienes la muda encima de la butaca, muda esa muda. Por nada y por todo, por si acaso.
Por si te invadían las lombrices, por si acaso el vientre se resentía, por si te pudrían los dientes y se dañaban las muelas, por si acaso te salía una erupción, por si te congestionabas y vomitabas la cama, por si te empalagaba el exceso: nada de dulce, azúcar lo mínimo, chocolate de pascuas a ramos, nada de leche condensada, nada de lo bueno porque todo era muy malo, nada de nada. Eso sí, todas las mañanas, un vasáu de Sansón o de Quina santa Catalina con una yema, por si acaso la anemia, por si la debilidad, por si te destemplabas o por si qué sé yo.
Por si acaso venía alguien por si acaso alguno enfermábamos, una caja de pastas y unas galletas exquisitas y una botella de moscatel. Pero aquello ni tocarlo, por si acaso el médico, por si acaso unos familiares, por si acaso el practicante, por si acaso un velorio, una urgencia, un aprieto. Por si acaso, guardado bajo llave. Y si vas a casa del vecino, ni se te ocurra pedir.
Por si acaso mentías al confesar que el maestro te diera un solo bofetón, por si no te quedara el cuerpo a gusto, por si a ver si pensaban que en casa no te educaban, por si hicieras alguna maldad o te enredaras en cualquier gresca, por si no obedecieras a la primera o no llevaras hechos los deberes, por si en la escuela se quedaran cortos: otro estirón de pelos y otras dos hostias.
Por si acaso la espichabas si se cebaba contigo la tuberculosis, por si las moscas y la escarlatina, por si las tripas se perforaban, por si un cólico te dejaba seco. Por si estallaba otra Enemiga, por si un terremoto, por si una desgracia, por si un castigo del Señor, por si un cataclismo, por si otro diluvio, por si una epidemia, por si una plaga, por si lo que pudiera ser, fuimos bien porsiacaseros.

domingo, 23 de junio de 2013

TARTA DE MANTAS DE CALABAZA (FRIXUELOS DE BELÉN)

( El crepitar del fuego, el olor a humo en todo el pueblo, la ilusión de la fiesta, cantos, corros... Noche de San Juan)

Os dejo una tarta muy interesante, muy rica, fácil y diferente. Cuando vi los frixuelos que hizo Belén hace unos meses, ya le dije que los haría muchas veces y no me equivoqué. En casa gustaron muchísimo, nuestro padre comentó que estas` mantas´ estaban más ricas que nunca. Decidí preparar una tarta con ellos para mi última aportación a las meriendas del grupo de manualidades. Nos prestó mucho.
 A ver qué os parece y os deseo una noche de San Juan estupenda. Y a Belén, muchísimas gracias por compartir la receta con nosotros.
Un corte estupendo.

Un poema de A. G. Ovies:


Esta noche no estoy desamparado,
no quiero detener el humo
ni espero que me convoquen las estrellas.
Esta noche me acompaño de mí
y al divisar, allá a lo lejos,
la infinidad del  mundo posada en su fracaso
ya no me siento solo,
porque en mi soledad hay una muchedumbre
de equilibrio
y ese amor que se llama costumbre o compañía
se convierte en un número.


Esta noche soy uno, plural, conmigo a solas.

Sanjuanín.

sábado, 15 de junio de 2013

EMPANADA DE CABELLO DE ÁNGEL, JAMÓN YORK Y QUESO


El jamón, después de horneado queda totalmente caramelizado con el azúcar del cabello de ángel.

Hoy, ni dulce ni salado, una mezcla de los dos sabores que se complementan muy bien. Estoy convencida de que os sorprenderá lo rica que queda esta empanada. Preparada con la masa para empanada de nuestra amiga Marita y con una confitura de calabaza de cabello de ángel que nos regaló nuestra prima María Jesús de su cosecha. Me parece una opción muy oportuna para estas cenas informales que celebramos a menudo durante el verano.

Aprovecho para dar las gracias a todos los médicos que aman su profesión y transmiten serenidad y confianza a sus pacientes. En estos tiempos que nos toca vivir, con tantos recortes e injusticias, se agradece de manera especial que conserven por encima de todo estos valores, la paciencia y la humanidad. Es una suerte poder contar con su apoyo incondicional.



                                                ROGATORIA DE VERANO

Un texto de A. G. Ovies, publicado en La Nueva España.





Que amaneciera nítido cuando quisiera. Que la bruma escampara por el norte. Que cantaran los pájaros, abundantes y libres, entre las copas amplias de las viejas higueras. Que se viera Llumeres, llena de juventud, con la mar muy echada, transparente y eterna. Que salieran y entraran las lanchas conocidas, con redes y con nasas, con cajones de peces brillantes y que el güinche sonara e impregnara la brea.



Y en los días larguísimos trajinarán humanos con sombreros y rastrillos dando vuelta a la hierba, merendando a la sombra, pisando balagares, ‘pradeando’ los prados y rozando las veras. O de animales mustios que tiran del arado, bajo el sol de la tarde, entre surcos recientes y patatas humildes que secan sobre tierra. Y se oyeran aquellos cantares que alegraban el eco y el espacio. Y empezara el maíz a espigar su verdor y su benevolencia.

                                                

Y todas las heridas fueran las de las zarzas que rasgaban la piel de aquella edad tan tierna. Todos nuestros pesares, no capturar cangrejos; todas nuestras caídas, la más punzante pena.



Que mis ojos miraran constantemente limpios. Que el mundo terminara donde acababa el rumbo de nuestras bicicletas. Y observar abejorros, vigilar los jilgueros, seguirlos con sigilo, y aguardar a la hora, junto al mismo bardal, que asomara su miedo la culebra. Que nunca fuera pronto para hacerse de noche, que jamás ya muy tarde para dejar los sueños ni perder la armonía de la inocencia. Que nos cubriera el tallo de espadañas y juncos, mientras los renacuajos no entraban en el bote y a la seis nos llamaran: ven a por la merienda.



Que cada día trajera una ilusión distinta que no costara nada y nos sumara fe a la existencia, un grillo, una travesía a nado, una visita, o una tabla rota que sirviera de techo a la caseta. Un corro, una gincana, una excursión, un fósil con helecho, un pulpo entre las algas o simplemente un árbol con un nido de pegas. Y crecieran los gatos de la última camada, maduraran los prunos y el acuoso apetito de las fresas. Y el olor a pintura inundara los barrios que pintaban sus casas al explotar agosto y reventar las fiestas.



Nada más pediría. Que orvallara y salieran al paso caracoles, babosas y lombrices y debajo de un tronco bulleran tijeretas. Y pararan aquellos forasteros con clase a preguntar si el coche llegaba hasta la arena. Nada más que decir adiós al autobús, adiós al helicóptero y adiós, ya para siempre, a las alas brillantes de tantas avionetas.

domingo, 9 de junio de 2013

CHIPIRONES RELLENOS, EN TINTA Y CON ANCHOAS

La anchoa le brinda todo su sabor al chipirón.
Toca algo salado, que ya va siendo hora. Os dejo unos chipirones rellenos con un toque de anchoas estupendo. A mí no me vuelven especialmente loca las anchoas, pero reconozco que en este plato me gustaron. Potencian el sabor de los chipirones y forman un conjunto muy rico. Y de la salsa, mejor no os cuento..., como para mojar una barra entera de pan. 
No sé por qué, pero los chipirones siempre me saben a verano y a días largos... Tal vez por las cestas llenas de ellos, atrapados a potera por mi familia, que veíamos llegar y que  hacían la delicia de todos nosotros. Por tantas cenas que compartíamos con amigos, las risas, las bromas, las partidas de cartas... Eso, a verano feliz y a despreocupación...
Añadir leyenda

Un poema de A. G. Ovies:

tenrerobanugues.jpg
        (AGO. Tenrero al fondo. Podes en lo alto. 01-08-10) 

                     Luz de verano:

                     me sabe a juventud

                     si te respiro.


domingo, 2 de junio de 2013

TARTA (FÁCIL) DE FRESAS Y YOGUR

Fresca y ligera.
Hoy os dejo una tarta muy fresca y fácil de preparar. Es el momento de sacar partido a las fresas, que están estupendas y además son sanas y poco calóricas. Podemos usar sacarina para hacerla aún más ligera y queda igual de buena. A ver si os gusta.

Un texto de A. G. Ovies, publicado en La Nueva España hace unos años:

LA ESTACIÓN DE LOS GITANOS




Los recuerdo como repartidores de primavera. Como parte de un mes muy antiguo, subiendo abril arriba con sus burros tristones, el carromato, el perro ya pelado y cachivaches de todos los colores y formas. Eran como un aviso del buen tiempo y averiguaban el agua para afincarse, al abrigo, casi siempre, de algún bardal frondoso o de una ruina.

                      

Los gitanos, cuyos nombres conocíamos de un año y otro año, no poseían nada y lo tenían todo, o casi todo, al menos así me lo parecía: aire, fuego, libertad, casta, familia. Yo los miraba desde casa y ardía por estar entre ellos, por caminar descalzo sin pincharme los pies, por no madrugar ni preocuparme de estudiar los fenómenos atmosféricos ni los puntos cardinales. Ellos sabían más que yo y que los del pueblo de las orientaciones, del nordeste y la lluvia, de las constelaciones y las tronadas. Y pensé toda la vida que no se morían nunca, que jamás les invadía ni el odio ni la tristeza.



Les seguía el rastro y, a escondidas, escuchaba la jerga con que hacían conjuros y marcaban sus rutas y funciones. A pedir por el pueblo salían las mujeres con los niños. A recoger chatarra, colchones y trocitos de cobre se dedicaban ellos, con traje y con chaleco y sombrero de fieltro. Todo les era útil y a mí me entusiasmaba observar cómo entraban tantas cosas en aquella carreta destartalada que servía de vehículo, de hogar, de techo, de alacena.



Ellas iban de puerta en puerta, con faldones muy amplios, varias chaquetas, un pañuelo en el cuello, con un cesto de mimbre y con la prole. Y hablaban mucho rato con las vecinas. Les venían muy bien patatas y cebollas, pan duro, aceite, azúcar. Todo hallaba cabida en aquella canasta de dos tapas en la que yo me moría de ansias por meter de lleno la cabeza. Y preguntaban a menudo si no había alguna gallina moribunda o recién enterrada. Y entonces escarbaban la tierra, la desenterraban y tiraban del ala y de las patas y marchaban contentas con la presa. Creí toda mi infancia que eran inmortales, porque comían erizos y carne sepultada y jamás enfermaban ni cogían pulmonías, a pesar de beber de los regatos y los charcos y dormir a la helada.

                     

A ellos les gustaban los muebles rotos, los aparatos estropeados, las chapas de la cocina, las piezas que sobraban de las obras, los rodamientos, el alambre, los manillares, las varillas de los paraguas, la masilla. Y medían la pureza de los fragmentos con un imán que yo anhelaba, que atraía arandelas, puntillas y tornillos; y andaban con navaja y con cayado. Y luego, con lo uno y con lo otro, construían artefactos rarísimos que, tal vez, no servían para nada, pero a mí se me antojaban inventos para detectar la dirección del viento o la altura del sol o la duración, a su manera, de los meses, que para ellos, como el lunes y el martes y las horas voraces y el calendario, carecían de apuros e importancia.



La ropa usada no les convencía. La cogían, con cierto recelo, la sacudían y la revisaban, como tanteando la talla y el estado, como examinando si eran trapos de muerto, malditos o contagiados; y se iban con ellos; pero a las prendas viejas no les mostraban aprecio. Aparecían siempre tirados más allá, en las cunetas, abrigos, camisas, zapatos y las patatas arrugadas.